Mucho se habla acerca del Kefir, pero ¿de qué se trata realmente? ¿qué beneficios tiene? ¿vale la pena cultivarlo?
Como otros alimentos fermentados, el kéfir proviene de una cultura milenaria en las escarpadas montañas del Cáucaso en la que, sin existir heladeras ni frigoríficos, la conservación de los alimentos era una necesidad diaria. De a poco fue siendo adoptado por diferentes culturas eslavas y aledañas ganando popularidad por sus innumerables beneficios. Las poblaciones ganaderas de la época pronto fueron conscientes de las ventajas que ofrecía la fermentación, y esta realidad se plasmó en los miles de quesos, el yogur el kéfir y una gran variedad de leches ácidas que se encuentran en diferentes lugares del mundo.
Ha pasado mucho tiempo desde que el hombre descubrió que al cuajar habitualmente la leche, durante varios días y en un cuenco, florecían unos nódulos que por si solos eran capaces de repetir la función de forma independiente. A partir de ese momento, el proceso se simplificaba y era posible reproducirlo en cualquier circunstancia, incluso viajando, si se llevaba una buena bota impermeable con la leche y el kéfir dentro. La bebida que brindaba era, además de nutritiva, muy agradable y refrescante.
Pronto se empezó a comprender que no sólo era eso, sino que además era una garantía de salud en una época en la que el agua corriente y los cuartos de baño ni se soñaban todavía y las enfermedades infecciosas eran un gran castigo para la población, y en especial para los más pequeños, que quedaban desprotegidos de los beneficiosos agentes inmunológicos de la leche materna desde el momento mismo del destete. Por estas razones el kéfir fue perdurando a lo largo de los tiempos y las culturas, empezando a expandirse primeramente en Oriente Medio (en donde curiosamente se lo llamaba bendición en turco) siguiendo por Europa central y finalmente por América, aunque los historiadores dicen que se sospecha que en América ya existían focos de consumo paralelos a cuando se consumía en Oriente Medio.
Los gránulos o nódulos de kéfir también son conocidos como búlgaros, haciendo alusión a sus orígenes eslavos.
Aunque los mapas y políticas físicas han cambiado en gran manera desde el orígen del kéfir hasta el día de hoy, aquí les mostramos un mapa del territorio el cual dio origen a este probiótico tan beneficioso para nuestra salud.
Los gránulos de kéfir están constituidos por diferentes microorganismos que son buenos para regular el intestino. El producto que genera es una leche fermentada rica en bacterias y levaduras probióticas que mejoran la flora intestinal, auxilian en la inmunidad y mejoran el tránsito intestinal, ayudando a mantener la salud general del organismo.
Las bacterias del kéfir pueden ser cultivadas en casa con seguridad, y la producción de la bebida es fácil y se asemeja a la producción del yogur natural. Se conocen dos tipos de kéfir: de leche y de agua. En realidad, el kéfir de agua y el de leche contienen las mismas bacterias y levaduras, pero adaptados a medios distintos, se dan además distinciones en cuanto a las enzimas presentes en unos y otros.
• Disminuir el estreñimiento, ya que las bacterias buenas mejoran la digestión y aceleran el tránsito intestinal;
• Combatir la inflamación intestinal, porque tener la flora sana es el principal factor para evitar enfermedades;
• Facilitar la digestión;
• Bajar de peso, porque es rico en proteínas y es baja en calorías;
• Combatir la osteoporosis, por ser rico en calcio;
• Prevenir y combatir la gastritis, especialmente la gastritis causada por la bacteria Helicobacter pylori;
• Fortalecer el sistema inmunológico, porque mantiene la flora intestinal sana, que impide la infección por microorganismos a través del intestino.
Además de todos estos beneficios, el kéfir equilibra la flora intestinal y mejora la absorción de nutrientes, siendo excelente para quien se somete a tratamientos con antibióticos y precisa regular el tránsito intestinal.
Si querés saber cómo se cultiva el kéfir de leche en casa, te compartimos nuestra receta.
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