A veces nuestro cuerpo manifiesta síntomas de resfrío, congestión, cansancio, fatiga. Pero ¿Cuántas veces nos detenemos a pensar en aquello que los está generando, y cómo resolverlo?
Me encuentro con una semana atareada. Varias cosas por hacer y otras tantas que tengo pendientes; las horas parecen no alcanzar y las energías son cada vez menos. Unos leves dolores de cuerpo encienden una luz de alerta: ¿Me estaré por engripar?.
Las horas pasan y cada vez me siento más débil. Al cabo de un par de días, definitivamente ya no me siento bien, todo comienza a detenerse, y como grandes engranajes que funcionaban a toda velocidad pero comienzan a frenar, todo en mi agenda baja su ritmo, las actividades se postergan. Me detuve.
Estoy enfermo. En reposo. La fiebre y la incomodidad de no dormir bien me llevan a pensar que es necesario hacerme ver por un especialista. Así que eso hice. Y resulta que no era un simple resfrío, era neumonía. 7 días de reposo en cama.
¿Saben? si bien no fue agradable en un principio, luego todo comenzó a cobrar sentido: '7 días de reposo, ¿qué significa todo esto?' pensé.
Otras preguntas comenzaron a invadirme: '¿Cómo voy a hacer con los trabajos que tengo? No puedo dejar de trabajar, de ir, no puedo faltar...' y en medio de esos pensamientos, surgió una pregunta desde mi Espíritu... '¿Acaso esto no es preocuparse y afanarse?'.
En ese preciso momento entendí que mí confianza estaba siendo puesta a prueba y puede ver algo interesante.
A medida que iba andando en mi cargada agenda llena de ocupaciones, estaba gestando síntomas como dolor de cabeza, de espalda, cansancio, fatiga, desánimo... Esos eran síntomas. Y como sabemos, un síntoma es similar a un fruto. Y detrás de un fruto hay un árbol, con tronco y raíces muy profundas. Esos síntomas no eran el verdadero problema: el problema era la raíz detras: la enfermedad. Y no estoy hablando de la Neumonía, estoy hablando de una enfermedad que afecta desde adentro del alma: el orgullo. Esa agenda tan cargada que tenía, esas actividades por hacer, todas ellas estaban abordadas desde el esfuerzo propio, desde el orgullo e incredulidad que sostiene una creencia profunda de mi corazón que me dice "debo hacer, trabajar y esforzarme por ganarme la vida". Pero como hijos de Dios, que caminamos en el Espíritu, cuyas vidas no dependen de lo que se puede ver y tocar, hay una promesa de parte del Creador:
Fue en ese momento que mis argumentos cayeron por tierra, mi mirada se levantó y pude ver que mi provisión no viene de esta tierra (esto no quiere decir que no deba trabajar) sino que tiene que ver con un cambio de paradigma mental. Mi trabajo no puede dejar afuera a mi Creador, sino que debo trabajar en aquello que Él me guía a hacer, y no por la creencia mentirosa de que debo "Auto-sustentarme" que no hace más que ofender a nuestro Papá Celestial, que ya nos ha dejado una promesa eterna.
Pasaron los días, y ¿saben qué? El mundo no se detuvo aunque yo estuve en reposo... Eso me mostró que no soy indispensable para muchas cosas (eso quebró mi orgullo). ¿Y la gente? Me di cuenta que mucha gente sabe esperar, y que el que corría muchas veces, era yo mismo.
Lo maravilloso de esto es que Su provisión se incrementó aún más de lo que yo con mis fuerzas he logrado en muchos días laborales.
Pero esto no es todo. En un determinado momento de estos días de reposo, escucho una voz en mi Espíritu que me susurró: "tenés que dar". Enseguida en mi mente se levantaron argumentos y dudas: "Pero Señor, no estoy trabajando y tampoco tengo mucho". Y una vez más El me dijo: "Tenés que dar". Asique, sin mas dudas, dejé mis argumentos a un lado y obedecí, y fue ahí cuando recibí de Su provisión sin más que gratitud porque todo, absolutamente todo fue por gracia.
Claro que no es necesario llegar al punto de tener una enfermedad para detenernos a revisar cómo operan estos paradigmas en nosotros. Podemos aplicar a nuestro ritmo de vida el buen hábito de detenernos a reposar. Y esto lo podemos llevar a cabo de muchas maneras:
"Admirado de lo simple y a la vez complejo. De los detalles que uno ve cuando se detiene a contemplar, cuando le pone un freno a lo cotidiano y detiene esas ganas de 'hacer por hacer' , cuando deja de querer tener el control y comienza a dejarse llevar por Sus aguas, cuando ya no hacemos pié y no queda otra que confiar, confiar que aunque la tormenta sea fuerte Él nos sostendrá. Si Él nos invita a caminar sobre las aguas no dejemos de aprovechar la oportunidad, sin mirar abajo ni a los costados, sino puestos los ojos en Él, avancemos en fe..."
¡Deja tu comentario!